lunes, 16 de abril de 2012

Breves reflexiones sobre la enseñanza del Español en la Universidad Politécnica de Aguascalientes.


Derivado de mi participación, hace algunos años, como examinador de candidatos a ocupar la titularidad de la asignatura de Español para los próximos cursos propedéuticos de la UPA, me surgió el interés por reflexionar acerca de la manera en que los alumnos puedan dominar el idioma de Cervantes con la prestancia que se requiere en un nivel universitario. 

Considerando también mi experiencia durante, un poco más de tres años, de docencia en la Universidad Politécnica de Aguascalientes, UPA, me atrevo a proponer que la única manera de conocer el idioma castellano, reconocer sus múltiples facetas discusivas, dominar las distintas denotaciones y connotaciones, recrear las diversas conjugaciones y descubrir las posibilidades de creación lingüística, solo podrá darse a través del ejercicio hermenéutico que conlleva la lectura de los textos y su interpretación (que de antemano lleva implícita la acción reflexiva).

Se afirma que para aprender el idioma inglés o cualquier otro idioma, hay que escucharlo, leerlo, hablarlo y escribirlo. Las estructuras gramaticales son importantes, sin duda, pero éstas se delinean automáticamente cuando el contacto con el idioma es permanente o constante. Lo que quiero decir es que alcanzar el dominio del castellano, no puede darse a través de las enseñanzas de los conceptos (y menos a nivel universitario) sino a través del contacto con el idioma.

Un alumno me cuestionaba hace algún tiempo, reclamándome que porque utilizaba palabras rimbombantes y le conteste: “entre más palabras rimbombantes reconozcas (o desconozcas) más será el nivel de tu ignorancia”. Quizá esto fue demasiado soberbio, pero yo me declaro un perfecto ignorante cuando leo textos como el siguiente:

“Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea a su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y réquiem…envuelto en sus improvisados lutos que olían a tintas de ayer, el adolescente miraba la ciudad, extrañamente parecida, a esta hora de reverberaciones y sombras largas, a un gigantesco lampadario barroco, cuyas cristalerías verdes, rojas, anaranjadas, colorearan una confusa rocalla de balcones, arcadas, cimborrios, belvederes y galería de persianas…”. Este es el fino castellano de Alejo Carpentier (El Siglo de las Luces) que me hace recordar mi pobreza intelectual, ya que tuve que recurrir  a mi diccionario para conocer el significado de, por lo menos,  ocho palabras.

La propuesta en concreto es que en el propedéutico se enseñe el Castellano a través de la lectura de textos literarios y científicos  de nivel universitario. Por ejemplo, no es lo mismo leer El Alquimista de Paulo Coelho, que indubitablemente constituye una lectura placentera, a leer Rayuela de Julio Cortazar, quién alcanzó un desarrollo literario memorable. El primero de ellos es un texto recomendable para estudiantes de preparatoria y el segundo  es una novela de magnitudes diferentes, óptimo para estudiantes de nivel licenciatura. También es adecuado que  se conozcan textos literarios de diferentes autores, de distintas nacionalidades y tendencias para reconocer las infinitas posibilidades semánticas ¿o semióticas? De nuestro lenguaje.

La propuesta incluye el tratar a los alumnos como mayores de edad  (lo son, al menos cronológicamente) y darles lecturas maduras, donde el amor, a guisa de ejemplo, vaya más allá de la cursilería. Cristina Peri Rossi ((Solitario de Amor 1988) escribe: “El amor lento y profundo, va ganando ritmo y velocidad. Tú jadeas levemente. Las dos esferas, encerradas en mis manos, se calientan como frutos salidos de la tierra. Granadas bárbaras, duraznos rojizos. Soles de estío, ganglios efervescentes. Bujías cálidas, guindas ardientes….” Esta es escritura contemporánea de otro nivel. Es el amor en los tiempos del cólera, como escribe “Gabo”.

El idioma se aprende a partir del acto de la admiración.

Jorge Luis Borges al leer a Shakespeare, en inglés, afirmó su predilección por el idioma anglosajón y sus ambiciones literarias de escribir en ese idioma.

 Al alumno hay que mostrarle la belleza del idioma, la utilidad de la precisión de los conceptos (como en los textos científicos) para propiciar el apetito lingüístico.  Se requieren maestros de español, pero se requieren, aún más,  maestros apasionados del español.

Puede ser que estas notas no tengan eco, no importa, era una necesidad personal escribirlas. Si provoca por lo menos un momento de reflexión, me sentiré complacido.

Juventino Martínez
Agosto de 2008


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