Derivado
de mi participación, hace algunos años, como examinador de candidatos a ocupar la titularidad de la
asignatura de Español para los próximos cursos propedéuticos de la UPA, me surgió el
interés por reflexionar acerca de la manera en que los alumnos puedan dominar
el idioma de Cervantes con la prestancia que se requiere en un nivel
universitario.
Considerando también mi
experiencia durante, un poco más de tres años, de docencia en la Universidad Politécnica
de Aguascalientes, UPA, me atrevo a proponer que la única manera de conocer el
idioma castellano, reconocer sus múltiples facetas discusivas, dominar las
distintas denotaciones y connotaciones, recrear las diversas conjugaciones y
descubrir las posibilidades de creación lingüística, solo podrá darse a través del
ejercicio hermenéutico que conlleva la lectura de los textos y su
interpretación (que de antemano lleva implícita la acción reflexiva).
Se
afirma que para aprender el idioma inglés o cualquier otro idioma, hay que escucharlo,
leerlo, hablarlo y escribirlo. Las estructuras gramaticales son importantes,
sin duda, pero éstas se delinean automáticamente cuando el contacto con el
idioma es permanente o constante. Lo que quiero decir es que alcanzar el
dominio del castellano, no puede darse a través de las enseñanzas de los
conceptos (y menos a nivel universitario) sino a través del contacto con el
idioma.
Un
alumno me cuestionaba hace algún tiempo, reclamándome que porque utilizaba
palabras rimbombantes y le conteste: “entre más palabras rimbombantes
reconozcas (o desconozcas) más será el nivel de tu ignorancia”. Quizá esto fue
demasiado soberbio, pero yo me declaro un perfecto ignorante cuando leo textos
como el siguiente:
“Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el
Albacea a su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones,
bayetas y flores, obituario y réquiem…envuelto en sus improvisados lutos que
olían a tintas de ayer, el adolescente miraba la ciudad, extrañamente parecida,
a esta hora de reverberaciones y sombras largas, a un gigantesco lampadario
barroco, cuyas cristalerías verdes, rojas, anaranjadas, colorearan una confusa
rocalla de balcones, arcadas, cimborrios, belvederes y galería de persianas…”. Este es el fino castellano de Alejo Carpentier (El
Siglo de las Luces) que me hace recordar mi pobreza intelectual, ya que tuve
que recurrir a mi diccionario para
conocer el significado de, por lo menos,
ocho palabras.
La
propuesta en concreto es que en el propedéutico se enseñe el Castellano a
través de la lectura de textos literarios y científicos de nivel universitario. Por ejemplo, no es lo
mismo leer El Alquimista de Paulo
Coelho, que indubitablemente constituye una lectura placentera, a leer Rayuela de Julio Cortazar, quién alcanzó
un desarrollo literario memorable. El primero de ellos es un texto recomendable
para estudiantes de preparatoria y el segundo
es una novela de magnitudes diferentes, óptimo para estudiantes de nivel
licenciatura. También es adecuado que se
conozcan textos literarios de diferentes autores, de distintas nacionalidades y
tendencias para reconocer las infinitas posibilidades semánticas ¿o semióticas?
De nuestro lenguaje.
La
propuesta incluye el tratar a los alumnos como mayores de edad (lo son, al menos cronológicamente) y darles
lecturas maduras, donde el amor, a guisa de ejemplo, vaya más allá de la cursilería. Cristina Peri
Rossi ((Solitario de Amor 1988) escribe: “El
amor lento y profundo, va ganando ritmo y velocidad. Tú jadeas levemente. Las
dos esferas, encerradas en mis manos, se calientan como frutos salidos de la tierra. Granadas
bárbaras, duraznos rojizos. Soles de estío, ganglios efervescentes. Bujías
cálidas, guindas ardientes….” Esta es escritura contemporánea de otro nivel.
Es el amor en los tiempos del cólera, como escribe “Gabo”.
El
idioma se aprende a partir del acto de la admiración.
Jorge
Luis Borges al leer a Shakespeare, en inglés, afirmó su predilección por el idioma
anglosajón y sus ambiciones literarias de escribir en ese idioma.
Al alumno hay que mostrarle la belleza del
idioma, la utilidad de la precisión de los conceptos (como en los textos
científicos) para propiciar el apetito lingüístico. Se requieren maestros de español, pero se
requieren, aún más, maestros apasionados del español.
Puede
ser que estas notas no tengan eco, no importa, era una necesidad personal
escribirlas. Si provoca por lo menos un momento de reflexión, me sentiré
complacido.
Juventino
Martínez
Agosto de 2008
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